Mientras tanto en la prensa: El estigma que no cesa

Reproducimos a continuación el arranque del texto de nuestro compañero Pepe Leal, publicado a principios de año.

 

Hace unos años pedí a un taxista que me llevara de un hospital psiquiátrico en Sant Boi hasta el aeropuerto de Barcelona. Muy prontamente el conductor mostró interés en saber cuál era la razón de mi estancia en dicho centro. Le conté que había participado como conferenciante en un congreso sobre la atención a personas con problemas de salud mental. Él tiene una hija enfermera, me dijo, que ha trabajado durante un tiempo en la unidad de psiquiatría en un hospital comarcal de otra zona y acaba de cambiar de trabajo porque, me dice, aquel era peligroso y agotador. Las personas con trastornos mentales, añade, tienen peligro, pueden agredir como le pasó a su hija que una vez sufrió un arañazo. Con cierta frecuencia, continúa, hay que atarlos y con cierta sorna añade, bueno, ustedes lo llaman contención mecánica.

No recuerdo si tuve tiempo de demostrarle que su primera afirmación, la peligrosidad, era un mito infundado que estigmatizaba a las personas.

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Mientras tanto en la prensa: qué salvar de Salvados

Quien viera  “1 de cada 5”, el programa de Salvados del día 28 de enero, llegaría fácilmente a la conclusión de que la depresión es una enfermedad muy común. Como cualquier otra enfermedad pero en la que no hemos avanzado tanto como en otras. Cuyo diagnostico no es fácil y debe encomendarse a profesionales expertos que la conocen y saben como tratarla. Mejor por lo privado que en la pública. Aunque no del todo bien, porque a diferencia de otras, se espera que en 2030 llegue a ser la primera causa de discapacidad. Algunos se sentirían fascinados porque esa enfermedad pudiera estar en algún sitio del cerebro a la altura de la ceja derecha.  En fin, la misma conclusión que tras cualquier espacio de salud de la programación matinal de las televisiones, pero no lo que se esperaba de la cuidada producción del equipo de este programa.

Con algo más de perspicacia se podrían encontrar algunas cosas que no cuadran del todo. Cada uno de los participantes había encontrado, curiosamente,  una manera diferente de recuperarse. Además, si afecta a 1 de cada 5, y si hasta un 8 % mueren de suicidio, la mortalidad por esta causa sería de medio millón de personas. Pero en la conversación no aparece este contraste entre el sentido común y la indiscutible autoridad profesional basada en las cifras y los hallazgos cerebrales. Como asociación de profesionales no tenemos nada en contra de cuantificar lo que sea posible (y lo subjetivo no lo es) o investigar la fisiología del sistema nervioso, pero en pie de igualdad con otros discursos no tan avalados por el poder.

De hecho durante la propia emisión del programa no tardaron en poder leerse múltiples respuestas desde los espectadores, criticando el sesgo biologicista, la nula mención al paradigma biocomercial en el que aparecen esas depresiones y sus tratamientos, el riesgo de entender la atención al sufrimiento psíquico como un producto de consumo sólo al alcance de quien lo pague, y que el marcadísismo sesgo de su contenido en ningún momento fue enunciado como tal sino como una verdad objetiva, carente de ideología. Por desgracia no es algo nuevo. El discurso biologicista y reduccionista obviando una y otra vez los determinantes sociales tiende a ser hegemónico en la prensa, como podemos ver habitualmente.

De modo que intentaremos salvar algo de ese Salvados. Por ejemplo el exquisito relato de la experiencia. Escuchar en horario de máxima audiencia cómo distintas personas  decían cosas como “cuando estaba muerta”, “el estado más próximo a la muerte”, “verse rodeado de gente que no le pasa y no lo entiende”. Que hablaban del “sabor y el color” de un sentimiento o de “sentir que desaparezco, que estoy desnudo y frágil”. Incluso Enric, un hombre sensible además de reconocido psiquiatra hablaba del “miedo cósmico”. Cómo se definió nuestro entorno como un medio en el que hay que “aparentar fuerza y esconder las debilidades”. Que “nos han vendido la idea de ser siempre felices”. Algo de lo que “no se pueden hacer canciones y ni siquiera hablar”. Del sufrimiento de los ingresos. “Ojala los hospitales fueran como esta masía”, comentaba Noelia frente al atardecer nevado. (“Pues montamos una Unidad” respondía el psiquiatra). O “peor aun que los internamientos, que no te quieran como madre porque esto es genético”.  

Salvamos de ese Salvados que hay a quien le fue bien la estimulación cerebral profunda pero a Georgina lo que le ayudó fue bailar, incluso en lo más hondo del pozo. Hay quien toma muchas pastillas, quien toma pocas y quien no toma ninguna. Podemos salvar también que no se estigmatice por tomarlas y que se respete el no tomarlas. O los grupos de ayuda de suicidio donde se aprende a entender y a perdonar, a ser útil a otras personas. “A aquella madre que se acercó a mi tras una charla, le salvé la vida”. Que se hablara de que de los profesionales no importa sólo lo que saben sino también el trato. “Encontrar la persona adecuada” o “poder negociar con ese terapeuta”. O de que se mencionara un rechazo a que “la única salida que te den sean las pastillas”.

O la frase “tienen que darse unas condiciones para recuperarse” que queda suelta en medio de la conversación pero que señala la importancia los entornos. Porque nadie habló de las adversidades persistentes, la falta de apoyo, la discriminación o las desigualdades. Una verdadera lástima, porque las muchísimas personas que disfrutaron y aprendieron con el programa habrían obtenido una visión mucho más global, completa, menos interesada.

 

Pero así fluyó la conversación.Sin micrófonos, ni cámaras, sin las exigencias de espectáculo de las parrillas televisivas, ¡cuánta falta nos hacen estos espacios! De compartir de igual a igual, de tú a tú. De hablar de vivencias sin ponerles un diagnóstico, de poner en común cómo nos apañamos, de reconocer cuándo hacemos más daño del que evitamos o, en qué ayudamos y en qué no. De no tener miedo a abandonar vías que no llevan a ningún lado y entrar en otras, con el mismo espíritu crítico (o si se quiere, científico),  de abrir esperanzas entre todos ante esa lúgubre profecía para el 2030.


El Tratamiento Ambulatorio Involuntario: No, no, no y mil veces no.

El cuento de nunca acabar: el Tratamiento Ambulatorio Involuntario (TAI). Dicen que es un tema que no está resuelto cuando lo que deberían decir es que la forma de la que se ha resuelto desde hace más de diez años no les gusta. Y pretenden continuar por si lo consiguen en este momento de auge del conservadurismo y del miedo al otro.

Lo intentó el PSOE, el PP, Convergencia; hubo comparecencias parlamentarias a nivel estatal y como mínimo en Cataluña. En esta comunidad Convergencia retiró, convencidos, su apoyo a un intento autonómico de regulación. Lo hablado está en las actas; están grabadas las comparecencias de psiquiatras a favor y en contra. Todas las decisiones han sido contrarias a regular el TAI porque no resuelve nada y es atentatorio a la dignidad y a los derechos humanos.

Ahoran quieren intentarlo con Ciudadanos. Y con los mismos argumentos, con las mismas simplificaciones y con las misma mitificación del tratamiento farmacologico y la tecnología galénica. Incluso la vetusta imagen del loco que se cree Napoleón.

El TAI está resuelto, sí, resuelto. Está por resolver la revisión y aumento de los recursos de apoyo a las personas que sufren un trastorno mental; falta poner en marcha las propuestas de la Convención de Nueva York o las indicaciones del relator de las Naciones Unidas.

Nada más resolutivo que la histórica propuesta de la Confederación Salud Mental España, entonces FEAFES, y su clarísima actitud de rechazo. Una actitud valiente de la que nos sentimos orgullosos todos aquellos que, como la AEN , siempre nos opusimos y siempre trabajamos por un trato humano, sujeto a derecho y a valores y opuesto a la coerción y a la violencia.

Seguiremos trabajando por aquello en lo que creemos. El tema sigue siendo delicado pero no hay razones para pensar que no vayamos conseguir lo que ya conseguimos. Ojalá no haya cambiado tanto la sociedad como para terminar regulando prácticas que durante tantos años han sido reconocidas como inadecuadas.

Hay que volver a insistir que la regulación del TAI no es un tema sobre la mesa, que ese tema ya se resolvió. El tema que está por resolver es el de los valores que han de sustentar nuestras prácticas, los derechos de las personas y la disposición de recursos adecuados a sus necesidades.

 

Junta directiva de la AEN


Mientras tanto en la ciencia: sobre la intervención temprana en las psicosis

Diferentes entidades del ámbito de la psiquiatría están promoviendo consensos y libros blancos en torno a la intervención precoz en las psicosis. Estas iniciativas usan el peso de la evidencia científica para influir en la administración con el objetivo de desarrollar de manera prioritaria programas de primeros episodios con diferentes denominaciones.  La idea directriz es clara: usar todos los recursos terapéuticos disponibles de manera
intensiva e integrada al principio de la enfermedad es una manera de mejorar los resultados y “prevenir la cronificación”.

De hecho nuestra asociación fue pionera en editar un consenso de intervención temprana en las psicosis en 2009.
Nada que objetar a este propósito. Es coherente con un modelo de atención equitativo, usar el máximo esfuerzo terapeútico en el momento en que es más eficaz. Sin embargo, en las propuestas que ahora se nos presentan hay elementos que nos inquietan y que desvirtúan la idea original.

La presencia, aval o patrocinio de algunas empresas farmacéuticas a estas iniciativas debería haberse evitado. No se pone en duda que colaboran ciñéndose estrictamente a sus códigos éticos. No es eso. Si queremos que nuestros mensajes, como entidades profesionales y científicas sean tenidos en cuenta por la ciudadanía, hemos de hacerlos
desde la separación más absoluta de todos los conflictos de intereses evitables. Y este lo es.

En el terreno más limitado de las pruebas científicas, la investigación ha arrojado luz sobre la eficacia de un variado conjunto de intervenciones, pero ha dejado sombras acerca de la generalización de los resultados más allá de la duración de la intervención o sobre la relevancia del periodo de enfermedad no tratado. Hay también pocas pruebas
que favorezcan el desarrollo de dispositivos o estructuras asistenciales específicas frente a la incorporación de los programas al trabajo habitual de los servicios, junto con otros que cubran otros momentos del proceso de la enfermedad. Mejorar el tratamiento habitual con la experiencia de los programas específicos podría ser la opción más equitativa sin crear unidades específicas.

Desde un punto de vista más próximo a la ética, nos inquieta que se soslaye el debate acerca del riesgo que se corre al tratar el riesgo, muy “individualizado” además en un sujeto concreto. Una visión más colectiva de la salud mental, que ofrezca una accesibilidad universal a los tratamientos necesarios, cuando y donde se necesiten, ni antes ni después; unida a apoyos y acompañamientos en entornos naturales sin necesidad de detección, ni filtrado, estaría más en consonancia con estos valores.

Aunque los profesionales de la salud mental y nuestras técnicas perdamos protagonismo.

Una clara desvinculación de la industria, una lectura cuidadosa y rigurosa de la evidencia y la salvaguarda de una etica del acompañamiento, frente a otra del riesgo. He aquí por donde brindamos nuestra colaboración.


Mientras tanto en la prensa: controversias judicial-penitenciarias y "la cuestión de lo mental"

Controversias judicial-penitenciarias y “la cuestión de lo mental”

Sin que se hubieran ido del todo (nunca se van del todo), vuelven las controversias judicial-penitenciarias y “la cuestión de lo mental” a las primeras páginas en la prensa. En estos últimos días, con ocasión del anuncio de posible próxima salida del hospital penitenciario de N. M., tristemente célebre por el brusco episodio de turbulenta y totalmente imprevista agresividad, con resultado de tres muertes y varios heridos, que protagonizó en el hospital en que trabajaba como MIR de Reumatología, en plena eclosión psicótica, hace algo más de 14 años. Aunque sin haber podido seguir la noticia en todos los medios en que ha aparecido, parece que ha predominado esa mirada sensacionalista, con gusto por el morbo y el espectáculo, a la que nos tienen, desafortunadamente, demasiado acostumbrados. No les prestaré ahora mayor atención a esos aspectos. Volveremos sobre ello en otro momento. Pero me parece importante señalar ahora algunos otros indicadores que nos informan de las cuestiones de fondo (El Pais, 29 y 30 de mayo; y 3 de junio 2017). De modo que entre la información disponible quiero centrarme en algunas apreciaciones:

1. La relevancia de lo que a todas luces parece ser una buena evolución del problema (¡¡¡aunque tras 14 años de evolución!!! ), y de algunos medios empleados para propiciar su recuperación ( salidas supervisadas con progresiva duración de las mismas, estudios que ha realizado durante el internamiento, actividad literaria …), que muestran un cambio sustancial en las tradiciones penitenciarias, desde el mero control conductual hacia la aceptación del compromiso con la recuperación de la paciente (aun en un medio tan inhóspito – quien no haya visitado el Hospital Psiquiátrico Penitenciario de Fontcalent ( Alicante), y en particular el pabellón de mujeres - hacinamiento, condiciones duras de vida diaria- no se puede hacer una idea), aprovechando al máximo todas las oportunidades del sistema para propiciar actividades en pro de la salud de la paciente. Y siendo, simultáneamente, respetuosos con la compleja legalidad que regula la estancia en esos centros (juzgado de vigilancia penitenciaria). La paciente fue declarada inimputable, por lo que no se le imponía pena, sino “medida de seguridad” consistente en el seguimiento del necesario tratamiento. Sabemos que un episodio psicótico grave en mujer joven, con buena adaptación psicosocial previa, no consumidora de drogas etc., nunca habría necesitado un ingreso tan prolongado, ni siquiera una parte decimal del mismo; las circunstancias asociadas a la “alarma social”, y no razones clínicas, explican ese internamiento tan prolongado

2. Me consta que han sido años duros y, a juzgar por los resultados, con un excelente trabajo realizado por el equipo de profesionales del hospital. En varios medios se recoge la opinión de familiares de las víctimas (¿y acaso también del periodista, alentando ciertos ecos, generando “opinión pública” con información difusa?) sobre su incredulidad acerca de la “curación”. Debemos insistir, la remisión de síntomas y la recuperación personal de quien ha padecido una psicosis es posible, y forma parte de las expectativas realistas de todo proyecto terapéutico. Otra cosa es que no siempre se alcance en su máximo expresión. Y otra cosa es – y ¿cómo no?, de trascendente importancia- la predicción acerca del riesgo de reincidencia. También aquí merece la pena un comentario: sin conocer los aspectos técnicos (detalles clínicos, biográficos, psicopatológicos), las conclusiones de los profesionales que han hecho estimación del riesgo de reincidencia, merecen toda credibilidad. Nos informan de que se dan todas las circunstancias para pasar a tratamiento en régimen ambulatorio, con las garantías oportunas, y sin riesgo apreciable de reincidencia

3. Otra cosa bien es distinta es reconocer la dificultad de los familiares de las víctimas en sentir consuelo por el daño recibido en su momento. Ahí la reparación posible habría de circular por otros caminos, no desde luego por los del resentimiento hacia quien en su momento actuó víctima de una situación reconocida como de “enajenación”. ¿Puede ser el momento de reconsiderar las propuestas de la Justicia Restaurativa, que propone el acercamiento, en ciertas ocasiones, entre perpetrador y víctima?  Ante unos efectos irreversibles tan duros, ¿cabe pensar en un acercamiento desde el espectro de lo empático, de ponerse en el lugar del otro?, ¿cabe atisbar la posibilidad de pedir, y de otorgar, algún tipo de perdón? Uno quiere pensar que sí; pero es, en cualquier caso, algo que escapa a los trámites, normativa, burocracia, o imposición alguna; solo en el libre ejercicio de la generosa libertad humana, cabría.

4. Y por último, parece necesario volver a señalar que los medios de comunicación deben ser más cuidadosos en el tratamiento de temas tan delicados y sensibles como éste, tener en cuenta el respeto a la intimidad de todas las personas y tratar la información de modo que no generen más inseguridades infundadas,  incertidumbres o miedos, incrementando así el grave estigma social con el que ya cargan las personas con diagnóstico de enfermedad mental. Las consideraciones éticas deberían primar sobre el comprensible objetivo de incremento de audiencias o lectores.

Mariano Hernández Monsalve

Psiquiatra. Servicios de Salud Mental de Tetuán-HU La Paz. Madrid


Mientras tanto en la prensa: no, Trump no está loco

A continuación os reproducimos parte de este artículo de nuestro compañero José Leal acerca de la nunca suficientes veces repetida, por lo que parece, calificación de Trump como loco. Ya hablamos de este tema en este artículo y por lamentablemente tendremos que seguir insistiendo. Estamos seguros de que existen muchas, y harto menos estereotipadas y dañinas, de hacer valoraciones subjetivas desde la incredulidad y el rechazo que no sean estigmatizando (más) el sufrimiento psíquico.

 

"Me es imposible entender cómo a un prestigioso periodista de El País en su crónica del 9 de noviembre de 2016 no se le ha ocurrido una frase mejor que "Donald Trump, un loco a cargo del manicomio" para mostrar su perplejidad y su terrible enfado, que comparto, ante la victoria electoral de una persona como Donald Trump.

 

¿Qué ha hecho ese hombre para que el periodista lo tilde de loco y de manicomio al espacio que configuran todos quienes le votaron y quienes no? ¿Qué sabe el periodista de la locura?

 

Ni el Sr. Trump es un loco ni el mundo es un manicomio aunque en la sociedad y en sus instituciones se produzcan violencias tan terribles como en aquel se producían.

 

No digo que dejemos el diagnóstico para el uso de los profesionales sino que evitemos los diagnósticos y los adjetivos clínicos como armas contra los sujetos. También quienes somos profesionales hemos de combatir por el uso dañino, aunque involuntario, de expresiones de la psicopatología para descalificar a alguien por sus comportamientos cuando no son comprensibles o adecuados.

 

Es demasiado frecuente utilizar unos términos que proceden de la psicopatología de forma hiriente "contra" muchas personas. El término loco, si queremos llamar así a aquel comportamiento o persona con determinadas producciones psíquicas como el delirio y la alucinación, es hiriente cuando con el mismo se pretende descalificar o atribuir significados despectivos y, de paso, incluir al sujeto enuna identidad colectiva devaluada y marginadora.

 

¿Y si el señor Trump o cualquier otro en lugar de estar loco hubiera estado loco? ¿Estaría incapacitado para gobernar? ¿Quiénes serían los sanos, los no locos, nuestros gobernantes europeos sin vergüenzas ante los tremendos atropellos que con sus políticas hieren a los más indefensos? ¿El gobierno español que construye vallas asesinas en Melilla y Ceuta? ¿El gobierno francés que construye vallas y muros en Caláis? ¿Los gobiernos ingleses, húngaros, polacos, croatas, daneses, en suma, los gobiernos europeos diversos que ponen vallas, cierran fronteras, pagan a dictadores y se someten al dictado de estos para que vigilen sus fronteras? ¿Los que callan por intereses geopolíticos ante las violencias de dictadores cercanos y, a veces, amigos? Nada tiene que ver todo esto tan rechazable, todos estos comportamientos y tantos más que pueden ser descritos, nada tienen que ver con el trastorno mental o la locura.

..."

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Mientras tanto en otras asociaciones, rigurosa evidencia, modelos únicos y conflictos estructurales.

Recientemente hemos leído el comunicado de la Asociación Castellano Leonesa de Psiquiatría sobre la OPE de 2016 que nos ha llamado la atención. Nada más lejos de nuestra intención iniciar una guerra entre sociedades/asociaciones/colectivos, si respondemos a su contenido es porque consideramos que refleja un discurso frecuente en torno a la psiquiatría y que nos preocupa.

Es habitual que el resultado de una prueba selectiva genere desacuerdo. Se trata de un grave problema estructural que en algun momento hemos de abordar. Sería deseable que las sociedades profesionales empezáramos a debatir, junto con el resto de los agentes implicados, como transformar el acceso a los puestos de la función pública. Que se elija a las personas más adecuadas para atender a la ciudadanía. Ya iniciamos esta discusión en los comunicados de la AGSM y de la AEN sobre la sentencia de Victor Pedreira, los dós últimos editoriales de la revista y la última entrada de nuestra sección mientras tanto en la prensa.  Pero continuamente surgen nuevas muestras de que en la psiquiatría y la salud mental hay muchos discursos enfrentados (más aún si salimos del espectro profesional) y que ese debate vivo surge sobre un fenómeno lleno de contradicciones.

La AEN no ha guardado nunca silencio acerca de su posicionamiento ideológico que no esta enfrentado ni a la ciencia ni al conocimiento riguroso de las cosas. Pero no hacemos de la ciencia ideologia, ni tampoco caemos en la común trampa de asumir que la "rigurosa evidencia" no puede ser un disfraz de otros posicionamientos ideológicos, porque muchas veces lo es. Posicionamientos ideológicos en torno a modelos, a qué es digno de ser estudiado y qué no y, en suma, a si existe una forma única y excluyente de comprender el sufrimiento.

Hay múltiples discursos en nuestro campo, algunos de ellos colisionan, otros son capaces de coexistir y enriquecerse entre ellos. Dedicaremos nuestro próximo boletín digital al cientificismo, que consideramos que empobrece a la ciencia en sí, a nuestro saber y a nuestro ejercicio.

 


Mientras tanto en la prensa: discursos de odio, especialistas y guerras culturales.

En esta semana convulsa en la prensa hemos observado varias polémicas, muy distintas entre sí, en las que sin embargo la figura de los especialistas (médicos en este caso) se utilizaba de una forma que ha llamado poderosamente nuestra atención.

Por una parte los medios de comunicación nos traían la muy desagradable noticia de que el autobús propagandístico de una organización de ultraderecha recorría las calles de Madrid, y pretendía hacerlo después en otra ristra de ciudades lanzando un mensaje de desprecio hacia un colectivo muy vulnerable, los niños y niñas transexuales. Basándose en una aparente tautología acerca de los genitales habitualmente presentados por cada género añadían a la aparente “verdad incontestable” el rechazo directo a la existencia de niñas y niños con disforia de género, con identidades de género no binarias o en cualquier otro punto del espectro de género, así como a los niños y niñas intersexuales. Un colectivo que con frecuencia salta a la prensa por ser víctima de situaciones de acoso escolar en las que los entornos infantiles o juveniles escenifican el discurso tránsfobo de la sociedad adulta, empujando a esos menores a situaciones insostenibles. El discurso de odio impreso en ese autobús contra el colectivo de menores trans pasa por algo tan elemental como negarle la existencia a este grupo de personas, confrontando su identidad pretendiendo convertirla en algo opinable. En un primer momento en las redes surge la duda de si protestar contra este mensaje no supone darle más publicidad y pábilo a una organización muy minoritaria y escasamente representativa versus el planteamiento de que ante el odio ante un colectivo tan vulnerable la respuesta ha de ser clara y contundente. Sin embargo la sociedad se encarga de responder con un mensaje de rechazo claro al contenido propagandístico del autobús que sí, ha conseguido muchísima difusión desde la indignación pero ha ganado pocos adeptos en su discurso de odio. El autobús ha iniciado una batalla en lo que se ha denominado “guerras culturales” pero la ha perdido. Sin embargo durante el aluvión de respuestas surge un fenómeno que como asociación de profesionales nos llama la atención. Entre la argumentación de los escasos defensores del autobús de pronto aparece nombrado una y otra vez el Colegio Americano de Pediatras que alerta contra la “ideología de género” y el diagnóstico de disforia de género en la infancia. Rápidamente se recurre a esa opinión de expertos en una verdad incontestable que funciona como arma arrojadiza. Sin embargo poco tarda en aparecer una aclaración desde el otro lado de esta “batalla cultural”: el Colegio Americano de Pediatras es una escisión minoritaria de la Asociación Americana de Pediatras, la cual tiene un discurso claro a este respecto: proteger a los niños y niñas trans, facilitarles su reasignación y su vida conforme a su identidad declarada. Ese “colegio americano de pediatras” ha recibido la categoría de “grupo de odio” por su promulga de mensajes tránsfobos y ultraconservadores, precisamente en esta temática, que propugnó su escisión.

Más allá de lo mayoritario o minoritario de cada una de esas asociaciones que representan la voz de médicos especialistas (en este caso particularmente sangrante por la desproporción de socios a los que representan) este caso ejemplifica muy bien cómo ni la ciencia ni la opinión de los y las científicas son neutrales ni son una verdad objetiva, aunque en contexto de una batalla ideológica sea muy útil considerarlos así.

Ha habido más declaraciones en prensa esta semana que nos han llamado la atención. Una de ellas en torno, otra vez, a la relación de la psiquiatría con la industria farmacéutica. De nuevo pretender responder con absolutos o con “opiniones objetivas de autoridades de criterio incontestable” nos parece un absurdo. Nos hemos manifestado en múltiples ocasiones en relación a este tema. Hasta qué punto ha permeado la industria farmacéutica en la clínica, en los diagnósticos, en los criterios de prescripción y hasta en nuestro lenguaje es tan evidente que basta con entrar a cualquier consulta de psiquiatría y contar el número de logos y cachivaches publicitarios que el paciente ve y el prescriptor no. La ceguera unilateral del “a mí no me influye” tan bien descrita y denunciada por colectivos como NoGracias, Farmacriticxs, No es sano etc. ha campado y aún campa a sus anchas. Los argumentos a favor de la independencia de la industria permanecen sólidos, progresivamente con más eco, aunque aún son mucho menos hegemónicos de lo que nos gustaría. Una prueba más de la potencia de la industria farmacéutica en nuestro mundo profesional es precisamente lo difícil y lento que resulta desprenderse por completo de los humos industriales. Dentro de la AEN aprobamos en las jornadas nacionales de Cartagena el no volver a realizar actividades financiadas por la industria, después de que algunas asociaciones autonómicas nos llevaran la delantera. Pero mentiríamos si dijéramos que en los años previos no ha habido un debate enconado dentro de la asociación, con facciones que defendían la necesidad de seguir disponiendo de esa financiación “industrial” para existir y facciones que alertaban de que sin independencia nuestro funcionamiento no tenía sentido. Los argumentos a favor de la independencia se han mantenido sólidos mientras los argumentos en contra han ido transformándose. Aunque estemos lejos de conseguir que el discurso en contra de esa financiación sea hegemónico en las transformaciones casi caricaturescas que vamos viendo en el discurso pro-financiación-de-la-industria, incluyendo las declaraciones que enlazábamos, queremos ver que poco a poco van perdiendo terreno. Dentro de las profesiones dedicadas a la salud mental se ha librado (y aún se libra) otra de esas guerras culturales en torno a esta financiación y esa independencia. En la que también se ha intentado recurrir a “la voz de los expertos” como hechos incontestables y arrojadizos, como con el colegio americano de pediatras. No es real. Ningún experto representa a todos los expertos (empezando por nosotros) ni el concepto “experto” es una garantía de verdad absoluta. No nos importan los números en este caso, ni cuántos profesionales estén de cada lado de esta batalla ideológica en torno a la relación con la industria. Los argumentos a favor de la independencia creemos que funcionan por sí solos. Aunque los defendiera un único profesional contra todo el resto de su profesión. Este debate, repetimos, enconado, continuará aún por un tiempo. Y a ese seguirá otro, porque la industria encontrará otros modos de crear discurso y de crear negocio (la industria diagnóstica, la financiación directa de asociaciones de pacientes y usuarios, de asociaciones de familiares, etc).

Mientras tanto como asociación de profesionales seguimos trabajando desde la humildad y desde la búsqueda de la coherencia en construir un discurso profesional carente de odio, carente de verdades absolutas y carente de influencias de quienes en la salud sólo quieren ver negocio. Tardemos lo que tardemos.


Mientras tanto en la prensa: Trevicta, publici-ciencia y discurso

Desde hace unos días podemos encontrar en prensa, especializada y generalista, publicidad disfrazada de información en torno a la comercialización de un fármaco, Trevicta, avalada por diversos profesionales, concretamente psiquiatras y jefes de servicio de distintas áreas. Presumiblemente estas “noticias” aparentemente esperanzadoras tendrán mucho más recorrido en prensa que este excelente texto publicado hace unos meses en postpsiquiatría: “Antipsicóticos atípicos de liberación prolongada: despilfarrando el dinero de todos” en el que ya se desgranaban las trampas que subyacen a esta promoción; entre ellas la nula innovación terapéutica y la apuesta por un modelo basado en fármacos carísimos sin beneficio sobre sus equivalentes más baratos y cuyo coste-oportunidad pone en riesgo el modelo comunitario sobre el que deberían administrarse esos fármacos. También serán, presumiblemente, más leídas que las reacciones que hemos podido leer esta semana, como esta contundente entrada de Mad in América Hispanohablante donde se describe lo que subyace tras este tipo de publirreportajes. O que esta entrada de NoGracias donde recogen otra andanada de argumentos incontestables.

Hay una serie de batallas que por el momento tenemos perdidas. La publicidad disfrazada de ciencia hace mucho que revistió el interior de muchas consultas, muchas publicaciones y mucha investigación. Será un camino largo y tortuoso conseguir deshacer ese fenómeno y recuperar la credibilidad. La promoción de fármacos que aportan nula innovación terapéutica pero son divulgados como nuevos campa desde hace décadas pese al esfuerzo denodado de distintos organismos en combatir este fenómeno. Si bien no es un fenómeno exclusivo de nuestro campo, en los psicofármacos lo encontramos de forma repetida junto a estocadas muy dirigidas al desmantelamiento del modelo comunitario y la hegemonía del modelo biocomercial.

Queremos fármacos mejores, claro está, y queremos que haya investigación desarrollándolos. Pero no queremos los mismos fármacos presentados una y otra vez con caja y nombre nuevo ("Me too") para justificar sus disparatados precios y evidentemente no queremos que se venda como una ventaja el poder minimizar el seguimiento de los pacientes, por mucho que en una tabla de resultados eso pueda venderse como un éxito.

Pero aunque tengamos perdidas muchas batallas, no hay duda de que vamos a vernos en esta situación una y otra vez. Mientras sigamos sosteniendo la idea de que la solución al sufrimiento psíquico viene exclusivamente por un fármaco cuanto más nuevo mejor y que imaginamos perfecto y sin un solo efecto adverso, mientras gastemos en esa ilusión el presupuesto que podríamos gastar en una red que además de fármacos proporcionara otros recursos, mientras depositemos la esperanza de ese fármaco-mágico en empresas más preocupadas por los beneficios que por la verdadera innovación terapéutica, seguirán apareciendo en los periódicos publirreportajes que nos traigan cada pocos meses el fármaco definitivo™, olvidando todos los anteriores, olvidando que se sostienen sobre una ilusión falsa y que mantener esa ilusión nos impide hacer lo que sí podríamos estar haciendo.


Mientras tanto en internet: candidatos presidenciales ¿locos?

Traemos una nueva entrega de Mientras tanto en la prensa, aunque en esta ocasión la llamaremos Mientras tanto en internet, porque no viene sólo de comentarios leídos/escuchados en medios de difusión (que también) sino a las conversaciones de a pie que nos llegan. Aunque no sucedan en nuestro país las próximas elecciones estadounidenses copan nuestros telediarios y son objeto de múltiples comentarios. Y en el caso concreto de esta campaña resulta que uno de los candidatos tiene a bien haber prodigado múltiples comentarios fuera de tono, extravagantes en forma y agresivos de contenido por los que en reiteradas ocasiones se le ha definido como “loco”, “enfermo mental” o se ha elucubrado acerca de posibles diagnósticos: “trastorno narcisista de personalidad”, “psicopatía”, etc. Tras la aparición de problemas de salud física en su oponente en las elecciones hemos observado también discusiones en torno a si es peor tener como presidente del país más poderoso del mundo “a un loco o a una enferma”.

Más allá de lo anecdótico, de las elecciones, de ambos candidatos, de la eterna falacia de falso dilema y de entender que internet está lleno de discusiones vacuas que se pierden como lágrimas en la lluvia, aprovechamos esta ocasión para repetir el mensaje de siempre. Entendemos que hagan falta palabras para definir lo extravagante, lo anómalo, lo desconcertante; y palabras que puedan expresar esa faceta añadida a la de amenaza, y al miedo que genera alguien ebrio de poder con un comportamiento impredecible. Las reivindicaciones de un lenguaje respetuoso y no capacitista suelen ser interpretadas como una censura grosera que pretende que no se hable de los desmanes de un Nerón contemporáneo. Nada más lejos. Tiene que haber palabras para describir las sensaciones generadas por alguien así.

Lo que nos cuestionamos y cuestionaremos siempre es si de verdad la única forma de describir esos comportamientos es asimilándolos a la locura, al constructo de enfermedades/trastornos mentales desde los que se hace la clínica; cuando son conceptos que describen a gente vulnerable, a gente que sufre, a gente que es una y otra vez expulsada simbólica y literalmente de sus comunidades. Muy muy lejos de tener la opción de colocarse en el lugar de Nerón y hacer Roma arder. Si no encontramos palabras para distinguir opresores de oprimidos, vulnerables de peligrosos, repulsivos de repudiados nos veremos eternamente enfangados en campañas anti-estigma inútiles. Porque nuestra propia concepción de lo normal versus lo loco, lo bueno versus lo malo, se cimentarán en estigma. Y destejeremos de noche lo que tejemos de día.