XI Congreso de la Asociación Madrileña de Salud Mental

¿Cuidamos?

19 y 20 de abril de 2018

Salón de actos del CSIC, calle Albasanz, 26 (Madrid)

Información, programa e inscripciones: http://amsm.es

 


Contrarréplica de Álvaro Múzquiz en torno a "Sociogénesis de la conducta alimentaria".

Reproducimos a continuación la contrarréplica de Álvaro Múzquiz a José Luis Moreno Pestaña tras la respuesta de dicho autor a la reseña, publicada en la Revista de la AEN, "Sociogénesis de la conducta alimentaria".

[Desde la AEN agradecemos a ambos autores que compartan esta interesante discusión]

 

A pesar de que lo que se expone a continuación es una respuesta a la réplica de José Luis Moreno Pestaña a la reseña publicada en el último número de la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría sobre su libro “La cara oscura del capital erótico”, lo propio sería redactar una mera aclaración. Será una contrarréplica para no resultar tedioso repitiendo con otras fórmulas lo que ya está escrito y para facilitar la lectura. Para ello me limitaré a seguir en el mismo orden los cuatro puntos que Moreno Pestaña considera importantes y centrarme en su contenido sin entrar –siguiendo la propia terminología bourdieuana del autor–en una carrera sobre la acumulación de capital cultural institucionalizado y objetivado de cada uno de nosotros como si eso sustentara los argumentos. Decía que tendría que bastar una aclaración porque considero que la réplica del autor es en todo punto el fruto de una doble incomprensión, a saber: (1) la del contenido literal de la reseña y (2) la del contexto en el que está escrita y se publica (revista de una asociación de salud mental que será leída por una mayoría de profesionales dedicados a la clínica o público en general no especializado en filosofía ni sociología). El primer punto puede ser atribuible a mi torpeza para la expresión escrita, pero que alguien que insiste en su larga carrera profesional objetivando diversos ámbitos de la actividad humana (entre ellos su propio trabajo) y publicando incurra en el segundo error interpretativo me ha sorprendido. Por todo ello, el texto es un intento de poner en orden estos dos malentendidos.

1. Moreno Pestaña deduce de su lectura de la reseña que interpreto que trata los trastornos alimentarios como categoría indiferente (siguiendo a Hacking), con una causalidad social paralela específica. Al mismo tiempo, que esta causalidad ha sido buscada solo como desecho dejado por ramas profesionales que en su disputa de poder suelen tener más ventaja que la sociología y la filosofía: la medicina y la psicología. Y, por último, que lo acuso de que en este proceso no ha sido suficientemente radical deconstruyendo la categoría de los trastornos alimentarios. Para defenderse de tales acusaciones apela a que no se ha tomado en cuenta un determinado capítulo teórico del libro, a saber, el tercero, y repite los argumentos expuestos en dicho capítulo; es decir, que para él los trastornos alimentarios caerían bajo lo que Hacking llama categorías interactivas o híbridas y que también ha tenido en cuenta que existen distintos umbrales de detección para los trastornos en distintos ámbitos culturales (lo que en el libro se llama polarización cultural) o en distintas familias. También menciona el problema práctico que supondría una deconstrucción masiva de las categorías psiquiátricas. En el caso de que en la reseña se afirmara lo que dice el autor, difícilmente podría atribuirse a pasar por alto lo que vuelve a mencionar en este apartado cuando el propio autor reconoce posteriormente que en la reseña se recogen sus pautas para definir la normalidad corporal. En el comienzo de la reseña no solo se recogen dichas pautas sino que se menciona también, con otros términos, sus ideas de la categoría híbrida (sin mencionar a Hacking) y los umbrales de detección. Es lo que se expone como discontinuidad histórica, de clase, de género y laboral. ¿Cómo puede ser que al mismo tiempo se recoja y no se recoja algo? ¿Quizá nos encontremos ya ante un nuevo nivel de pensamiento dialéctico o cuántico? Creo que hubiera sido más prudente considerar por parte de Moreno Pestaña que lo que se dice en la reseña es a pesar de haber tenido presente ese tercer capítulo. Y es que para escribirla se ha tenido en cuenta cómo se articula el libro en su conjunto y no una reinterpretación desde un capítulo teórico de 10 páginas de un libro de casi 400. Para el que no haya leído el libro se puede poner un ejemplo de la propia respuesta de Moreno Pestaña: su mención a Merleau-Ponty. Nos dice que cualquiera que haya leído su obra sabe que las causalidades biológica, psicológica y social están entrelazadas y no se pueden desmadejar. Pues bien, Merleau-Ponty parece haber sido cogido al azar puesto que si lo sustituyéramos por cualquier autor de entre el panteón de filósofos ilustres que maneja, la frase sigue teniendo el mismo sentido banal e inespecífico.

Podemos poner a Hegel y todo sigue igual. Y, además, ¿tendremos que reinterpretar toda la respuesta en base a la mención de dicho autor?¿Estamos ante la aplicación breve y práctica de la totalidad de la fenomenología merleau-pontyniana? En el libro ocurre lo mismo. Muchos autores se usan de manera inespecífica, sesgada e incluso malinterpretada; especialmente llamativos son los casos de Hacking, Sánchez Ferlosio y Marx (este último luego lo veremos). Hacking, que parece tan importante para el autor, aparece de manera explícita en precisamente los dos puntos que han salido a relucir en este apartado. El primero de ellos es la última sección metodológica, que vuelvo a abordar aunque parece ser que la única pretensión del autor al incluirla en el libro era la de recibir alabanzas por “desnudarse”. En esta sección se utiliza a Hacking como forma de justificar que por muy biológica o indiferente que fuera una categoría mental el sujeto que la padece sufriría y tendría que lidiar con ella en la sociedad, y eso lo tiene que estudiar la sociología. Resulta incomprensible que haya que utilizar a ese autor en concreto para justificar un argumento tan manido probablemente hasta por los profesionales a quienes quiere convencer de la necesidad de su trabajo. Podría sustituirse por cualquier otro autor (me viene ahora a la cabeza simplemente el capítulo de Jaspers sobre el enfermo ante su enfermedad), y hasta casi por cualquier tratado al uso de psiquiatría, y no cambiaría un ápice el argumento ni la justificación. Que se opere así parece obedecer únicamente a un prejuicio acerca de la postura que cree deben tener los demás según su profesión, como vemos en la propia respuesta en que se atribuyen cualidades inherentes a las categorías “profesor universitario”, “cierto radical chic psiquiátrico” o “psiquiatría radical”, por poner algunos ejemplos. Pero es que, además, al contrario de lo que afirma el autor en su respuesta, se debate en esa suerte de división de causalidades que él mismo realiza y que no basta con corregir diciendo obviedades del tipo de que están anudadas cuando, de hecho, en el caso de los trastornos de la conducta alimentaria es precisamente el argumento de la psiquiatría oficial (el que quiera puede abrir un Kaplan y comprobarlo por sí mismo). El autor en la página 360: “los trastornos alimentarios no se producen porque las personas tengan problemas en su equipamiento neurofisiológico (que pueden tenerlos también): se producen porque las estructuras sociales ponen a las personas en problemas”. Esta oración es excluyente, es un “no se producen por esto sino por esto otro aunque tuvieran problemas neurofisiológicos” y se utiliza plenamente con un sentido causal. Asimismo, ¿qué es si no la propuesta de incluir los trastornos alimentarios como enfermedad profesional cuando este concepto viene dado por una relación directa causal entre el trabajo y la enfermedad que se padece? De nuevo, al contrario de lo que afirma en la respuesta, el sociólogo lo que se encuentra es en la cúspide de la causalidad y del poder explicativo sobre los trastornos alimentarios; son los demás los que pueden si acaso recoger sus migajas.

El otro lugar en el que aparece Hacking es el referido tercer capítulo. En él se aborda su concepto de categorías interactivas e híbridas y, por otra parte, los umbrales de detección, la polarización cultural y un breve recorrido histórico por los orígenes y pequeños debates internos de la psiquiatría con respecto a la configuración del concepto. En este último punto es donde Moreno Pestaña saca a relucir un debate que luego dice que no es el suyo, el de los profesionales que consideran los trastornos de la conducta alimentaria como entidad independiente o incluida en otros trastornos. Explícitamente no se dice nada más, solo se señala ese debate. Cuando digo que el autor toma partido por el primer grupo, el de los anorexólogos, no lo hago pensando en asuntos que habitualmente no se encuentran en los debates en el seno de la salud mental, como si son categorías indiferentes, híbridas o interactivas, sino simplemente en el sentido que puede interesar a un lector potencial de la revista. Esto comprende la posición entre esos dos grupos y en el libro se opera claramente siguiendo a los primeros, a los anorexólogos. Es indiferente que se diga que las clases psiquiátricas son en estrella, ya que esto solo implica grandes diferencias de los sujetos concretos dentro de la misma categoría, en nuestro caso los trastornos alimentarios, y esto se establece en el libro además como una continuidad entre los problemas sociales-alteraciones corporales-trastornos de la conducta alimentaria. Nunca hay ninguna mediación más. Para el profesional de salud mental es interesante saber que nunca se considera si en esa relación las mujeres presentan otro trastorno del cual las alteraciones alimentarias son síntomas superficiales, ya que ese es un debate que le resulta de especial interés. El profesor intenta escapar diciendo que este no es su campo ni su mercado. Pero no se puede evitar el mismo si hablamos de trastornos y su manera de abordar lo interactivo y los umbrales de detección es problemático e
incide en la idea de incluir al autor en el grupo de anorexólogos. Un trastorno es una categoría que implica que su configuración final se da en un marco si no exclusivamente médico por lo menos terapéutico (psicológico o psiquiátrico). En la sociedad existen diversos modos de detectar y modificar las alteraciones de la norma y solo las que pasan por dicho contexto y son calificadas por profesionales como trastornos podemos considerarlas como tales. Antes, más bien, serán simplemente problemas. Un ejemplo burdo y rápido lo podemos ver con el todavía utilizado diagnóstico de esquizofrenia. Alteraciones de conducta o del discurso de diversos tipos se han ganado (y se ganan) apelativos diversos, como pueda ser el socorrido de “loco”, y, al mismo tiempo, según diversos entornos familiares y culturales, constituir o no un problema. Aunque este lo sea, no será hasta una valoración y un diagnóstico cuando se pueda hablar de esquizofrenia propiamente, si es que el clínico concreto
lo considera oportuno. Hace falta una apropiación y reelaboración categorial de una práctica profesional concreta. Si bien en el tercer capítulo parece que nos encontramos ante la posibilidad de que se tome en cuenta alguna especificidad de la categorización psiquiátrica y de la interacción de dichas prácticas con las pacientes, la realidad es que esa sensación se esfuma tan rápido como se sigue leyendo el libro. La interacción, la polarización, los umbrales, etc. solo se exploran en el entorno social y cuando son problemáticos pasan a ser inmediatamente trastornos. La confusión es total y esta incide en la idea de causalidad social de los trastornos alimentarios: lo que es un problema en la sociedad pasa inmediatamente a ser un trastorno. En ningún punto se reprocha que el autor no sea radical deconstruyendo nada; es que, simplemente, un lector clínico tiene que saber que el libro no aportará nada nuevo a lo ya conceptualizado porque, vuelvo a repetir, basta con leer un manual para ver que la supuesta gran aportación del libro, que es descubrir que algunos entornos laborales con una mayor presión corporal producen alteraciones que desembocan en un trastorno de la conducta alimentara, se encuentra en el discurso oficial psiquiátrico; por no hablar del propio tratamiento que suele hacerse del tema en los medios de comunicación. Por lo tanto, el problema no es que no haya una deconstrucción ni una reelaboración conceptual, sino la falta total de novedad.

2. En cuanto a las entrevistas vuelve a ocurrir otro tanto de lo mismo. Como en el punto anterior y en el siguiente, lo que se hace en aparente confrontación es desviar la atención hacia otro lugar haciendo parecer que se dice lo que no se ha dicho. Todos entendemos la diferencia entre una entrevista clínica y una social y no se pretende que se haga una de un tipo cuando el contexto es otro. Por otro lado, Moreno Pestaña afirma que yo sugiero que sacaría más de las entrevistas. En ningún punto afirmo semejante disparate. El asunto es más bien otro: que las entrevistas no son más que apoyos parciales de la teoría que se quiere demostrar. No existen mujeres que se salgan de su principal argumentación y las preguntas del entrevistador se dirigen a esa relación expuesta más arriba: trabajo (aquí se incluyen también otros factores asociados culturales y la competencia entre
trabajadoras)-alteraciones corporales-trastornos de la conducta alimentaria. Esta tendencia cierra la experiencia y evita que el lector pueda adquirir algo más que la repetición incesante del mismo asunto. El profesor podría acudir aquí a algo tan socorrido como que solo son ejemplos de lo que él quiere decir pero entonces tendría que aclararlo en el libro y no hacerlo pasar como la presentación del material de primera mano de su trabajo empírico. En la reseña explicito el valor que tiene mostrar parte de las entrevistas por tener la voz de las mujeres afectadas, pero de nuevo insisto: en una revista que leerán principalmente profesionales en contacto con pacientes (no en un suplemento dominical o una revista de filosofía) creo que es importante reseñar qué se puede esperar de las entrevistas reflejadas en el libro y si aportarán algo a esos potenciales lectores.

3. En este punto, el profesor intenta soslayar el problema defendiendo la supuesta irrelevancia de que los conceptos que maneja provengan de autores u obras determinadas ¿Cómo puede alguien decir que la referencia a Marx le da igual cuando en la primera página de su libro hace referencia al mismo, dedica el segundo capítulo del libro a tratar un concepto elaborado por él (lo titula “del capital variable al capital erótico”) y la primera sección de dicho capítulo se titula “Marx y la complejidad del capital variable”? Es cierto que si lo que quiere decir es que le da tanto igual que no es riguroso ni con la bibliografía al referirse a Marx, ya que todo es bibliografía secundaria, le podemos dar la razón; por cierto, esto es una constante en el libro también en otros asuntos como, por ejemplo, en sus afirmaciones sobre lo inofensivo para la salud de la obesidad. Pareciera, leyendo al profesor, que él se ha limitado en el libro a discutir sobre capital y capitalismo sin recurrir necesariamente a conceptos marxistas y que soy yo el que exige ceñirse a estos, cuando es explícito y manifiesto que en el libro se quiere dar un sentido plena y específicamente marxiano al término capital.

Pero centrándonos en lo meramente conceptual diré que si bien todas las clases de filosofía del lenguaje las tiene bien aprendidas no le vendría mal una de economía política, porque el concepto de capital y capitalismo que maneja es hasta tal punto deficiente que, o bien nos encontramos ante un nuevo descubrimiento del pensamiento posmoderno, o es simplemente premarxista. Por ello elegí el ejemplo de los tomates como demostración del rigor con el que se trata un tema central en el libro, ya que al incluir dicho ejemplo en la primera página debió de parecerle al autor especialmente sugestivo. En la reseña señalo que el concepto pretendidamente marxiano de capital es doblemente problemático en el libro: primero, por una mala interpretación del propio concepto, y, segundo, por su equiparación con los conceptos tomados de Hakim y Bourdieu. Moreno Pestaña sostiene que un recurso deviene capital cuando se puede vender o comprar en un mercado unificado (de ahí su elección del ejemplo de los tomates). Observa que esto se produce actualmente con ciertos valores corporales y estéticos y que, por lo tanto, los cuerpos devienen capital. El profesor, en su afán por el empirismo, confunde la observación de que un mercado unificado haya podido desarrollarse bajo condiciones capitalistas de producción con el concepto mismo de capital y capitalismo. Un recurso valorizado no es más que una mercancía estén o no los mercados unificados. Moreno Pestaña no distingue entre mercancía y capital. Si uno acude a los mercados unificados con recursos valorizados lo podrá vender por un dinero y, si quiere, comprar otras mercancías con ese dinero siguiendo el esquema M-D- M´. Esto no es nada específicamente capitalista; es simplemente un intercambio mercantil y los recursos son mercancías, no capital.
Lo específicamente capitalista es la revalorización del dinero que acude a un mercado a comprar algo que produce un plusvalor, la llamada fuerza de trabajo según el ciclo D-M- D´ (donde D´ es el dinero inicial más un  plusvalor que surge del proceso de producción). Así se transforma el dinero en capital. Según desarrolla Marx en el capítulo sexto del primer libro de El Capital, el dinero que se invierte en el mercado se destina a dos tipos de mercancía: aquellas que transfieren su valor inalterado a la mercancía final (por ejemplo, materias primas) y aquellas que hacen incrementar el valor de la mercancía resultante en el proceso de producción (la fuerza de trabajo de los trabajadores, ya que, según la teoría del valor utilizada por Marx, es el trabajo el productor de valor). A la parte destinada a lo primero lo llama capital constante; al destinado a lo segundo capital variable.

Moreno Pestaña sabe esto último y deduce entonces que si lo erótico ha saltado a los mercados podemos decir que es capital variable. Esto último, a pesar de los malentendidos expuestos más arriba, no sería un problema si no se generalizara el término capital erótico dándole un sentido marxiano y se asimilara a los otros dos. Porque el autor en todo su cuidado para distinguir las presiones estéticas en los trabajos sigue hablando siempre de capital en este sentido. Si queremos que conserve algún significado como capital variable habría que explicar qué lugar concreto ocupa en el proceso de producción según el ciclo D-M- D´ antes expuesto. Si no funciona añadiendo valor, como, por ejemplo, siguiendo el propio libro en un trabajo académico, no podemos seguir diciendo que es capital variable ni ningún otro sentido económico que se precie. En este punto, se observa la confusión previa entre capital y mercancía, puesto que el autor cree que las interacciones en una sociedad capitalista son siempre en algún sentido mercantiles (ligar en discotecas también es para él un mercado), y que por tanto todo es mercancía (hecho discutible), pero él lo llama capital. Sería conceptualmente más adecuado hablar simplemente de mercantilización del cuerpo y no de capitalización, pero entonces se perdería la sensación de novedad e impacto, y así la justificación para seguir sosteniendo la combinación de palabras capital erótico.

4. El autor no admite siquiera que se dé una opinión que se hace notar como claramente subjetiva. Que el capítulo sobre las resistencias me parezca de menor interés dejo claro que es exclusivamente para mí, no que lo deba ser para cualquiera. No me resulta de interés porque desconfío de la necesidad de plantear propuestas concretas de cambio en un trabajo académico y porque, si bien se recogen los modos en que muchas mujeres luchan contra los trastornos alimentarios, no es cierto que lo que se propone sea independiente de que sean considerados una entidad independiente o parte de otro cuadro nosológico, como dice el profesor en su respuesta. La realidad es que parte de una premisa generalizada en el imaginario popular y en los medios de comunicación que consiste en que “la anorexia y la bulimia surgen de perseguir la delgadez” (frase literal de la página 289 con que se inicia el capítulo), y, por tanto, que las soluciones consistirán en interferir en la cadena trabajo-presión corporal-trastorno alimentario. Como se ve, se repite constantemente el mismo esquema que, como digo en la reseña, parece surgir de un trabajo teórico y dudosamente de uno empírico. No creo, por tanto, que el profesor esté enemistado con la teoría, sino que o cree que los demás lo están y tiene que justificarse, o que gracias a dotar a su trabajo de una apariencia empírica correrá en el día de hoy mejor suerte publicitaria. En definitiva, la respuesta del autor a la reseña parece un intento de confrontar con algo que no se ha dicho y de exigir que se tengan en cuenta asuntos que por el contexto y el espacio no son esperables. Si la reseña hubiera estado plagada de los habituales lugares comunes y alabanzas de mera promoción: “libro imprescindible”, “necesitamos otros libros como éste”, “de nuevo una gran publicación de este autor” etc. es de suponer que le habría dado igual que hubiera sido una sucesión de inexactitudes y faltas de asimiento de conceptos, autores, capítulos, etc., ya que no es inhabitual que las obras ni siquiera sean leídas para escribir reclamos sobre ellas.


8º Seminario de Neurociencia Clínica

"Neuropsiquiatría del movimiento"

Segovia, 23 de febrero de 2018

Organizado por la Sección de Neurociencia Clínica de la AEN en colaboración con UNED Segovia.

El Seminario se podrá seguir de forma presencia o bien por el aula virtual de la UNED.

ACCEDA AQUÍ AL PROGRAMA Y BOLETÍN DE INSCRIPCIÓN


Alegaciones al RD de creación de la especialidad de Psiquiatría del Niño y del Adolescente

El presente documento ha sido enviado a la Subdirección General de Ordenación Profesional Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad.

 

La Asociación Española de Neuropsiquiatría- Profesionales de la Salud Mental (AEN-PSM) celebra el paso que supone el Real Decreto  por el que se crea el título de Médico Especialista en Psiquiatría del Niño y del Adolescente y se modifica el actual título de Médico Especialista en Psiquiatría por el de Médico Especialista en Psiquiatría del Adulto y aporta estas alegaciones con el objeto de favorecer la puesta en marcha de la especialidad y prever cualquier dificultad para sus inicios.

Apoyamos las alegaciones que han presentado conjuntamente la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente (SEPYPNA), la Asociación Española de Psiquiatría del Niño y del Adolescente (AEPNYA), y  nuestra propia sección de Salud Mental Infanto-Juvenil.

Desde una perspectiva global, como asociación de profesionales de la salud mental de todos los ámbitos queremos hacer unas aportaciones complementarias en diferentes apartados.

En lo relativo al procedimiento de homologación

La experiencia con la homologación de otras especialidades de la Salud Mental como la Psicología Clínica y la Enfermeria de Salud Mental, indica que se pueden dar múltiples circunstancias particulares que no pueden recogerse en el RD. Más en este caso en que los especialistas que ya han tenido un proceso de formación reglado y que hay trayectorias profesionales muy diversas en función de la organización asistencial. Por eso creemos que se ha de habilitar a la Comisión de la Especialidad o si se prefiere a la Comisión Delegada para interpretar la aplicación de la norma a cada caso concreto, de acuerdo con unos criterios generales que serían:

  1. Los periodos de tiempo necesarios para la acreditación para los profesionales que estén trabajando en el área, deben contabilizarse sobre un periodo total de 4 años (y no 5), que es el necesario para la especialidad hasta ahora.
  2. Considerar la situación particular de los profesionales que hayan compatibilizado la dedicación a la Psiquiatría Infantil y ampliar los plazos para cumplir los requisitos.
  3. Considerar la situación de los residentes de psiquiatría actuales y sus opciones si deciden cambiar de especialidad.
  4. La exigencia de acreditar “actividades formativas que se determinen en el programa” ha de considerar los escenarios asistenciales reales en el momento de entrada en vigor y no los requisitos del programa para los futuros especialistas.
  5. La exigencia relativa a las publicaciones debería ser un mérito en caso de duda y no un requisito.
  6. Habilitar a la Comisión para proponer actividades formativas o requisitos complementarios para los casos dudosos o denegados.

Respecto al nombre y la definición

Entendiendo que es un aspecto que puede modificarse en otros momentos del proceso, la creación de la nueva especialidad no requiere la modificación del nombre de la actual. Tampoco es necesario que la norma defina el perfil del especialista que viene determinado por el programa y sus competencias.

Respecto a la memoria económica

Esta memoria se basa en gastos muy detallados pero simples, sin incluir costes indirectos y una estimación de profesionales basada en la reposición sin prever el desarrollo de nuevos servicios. La reducción a 185 plazas de las 241 actuales resulta alarmante porque va a suponer mermas asistenciales derivadas de la escasez de especialistas que generarán costes no evaluados. En tanto no se haga una valoración más rigurosa el número de plazas debería mantenerse ligado a la oferta actual de las unidades docentes con el adecuado reparto entre ambas especialidades.

Agradecemos que se tengan por presentadas estas alegaciones con el convencimiento de que facilitarán el objetivo compartido de disponer de la nueva especialidad.

Fdo:

Mikel Munarriz Ferrandis.

Presidente de la AEN-PSM


Declaración de la WPA sobre las detenciones y amenazas a la Asociación Médica de Turquía

La Asociación Española de Neuropsiquiatría apoya plenamente la declaración de la Asociación Mundial de Psiquiatría en relación a las detenciones y amenazas realizadas por las autoridades turcas a socios de la Asociación Médica de Turquía

ACCEDA AQUÍ A LA DECLARACIÓN DE LA WPA

 


Reedición libro "Sucesos memorables de un enfermo de los nervios"

Es un placer comunicaros que en los próximos días estará disponible (en nuestra tienda virtual y  también en librerías) una segunda edición en papel de los Sucesos memorables de un enfermo de los nervios de Daniel Paul Schreber, un testimonio excepcional y un clásico imprescindible en la historia de la psicopatología (podéis releer una breve presentación más abajo). Publicado por la AEN en 2003 con una espléndida traducción de Marciano Villanueva Salas, el libro estaba agotado desde hace años, por lo que hemos decidido reeditarlo conscientes de su gran valor dentro de nuestro fondo editorial.

El precio de venta al público general será de 20 euros, pero las socias y socios y de la AEN tendrán un descuento del 50 % (10 euros).

Os animamos pues a revisitar este clásico y, muy especialmente, a difundirlo y darlo a conocer entre los profesionales en formación.

Daniel Paul Schreber (1842-1911), además de alcanzar el más alto nivel en la carrera judicial, como Presidente de Sala del Tribunal Supremo de Dresde, ha llegado a ser por méritos propios el psicótico más conocido de nuestra disciplina. Tocado definitivamente por la psicosis en 1893, logró con un ininterrumpido trabajo mental dejar a la posteridad dos testimonios irreemplazables sobre su locura. Uno, sobre los contenidos y la construcción formal del delirio, que desarrolló con una riqueza y precisión verbal fuera de lo común, y, el otro, sobre el tesón y la dignidad con que dirigió su propia defensa hasta lograr el alta del hospital y la revocación de su incapacidad. Ambos han quedado reflejados en este libro que fue publicado por primera vez en 1903 y que ahora edita la AEN con una traducción propia. Los Sucesos memorables de Schreber son una enciclopedia delirante difícilmente mejorable. Pocas preocupaciones psicóticas quedan fuera de su contenido, si es que no las recoge todas: desde la persecución, el enemigo y la diferencia sexual, hasta el origen, la divinidad y el fin del mundo. Su afán de exactitud y verdad consiguen transmitir tan gran vigor al texto que es difícil pensar en un psicopatólogo que no se vea obligado a confrontar sus concepciones con las ideas de nuestro psicótico. Así aconteció con Freud, pocos años después de la aparición del libro, y así ha seguido sucediendo con un sinnúmero de estudiosos. El libro se completa con los informes periciales del Dr. Weber, ejemplos admirables de una psiquiatría atenta, estudiosa y comprensiva que en nuestros tiempos parece a punto de desaparecer. Schreber, quizá previendo este futuro, fijó entre los objetivos de su libro que nos preguntáramos «si no habrá algo de verdad en mis presuntas ideas delirantes». La duda merece la máxima consideración.

 


Respuesta del autor (Jose Luis Moreno Pestaña) a la reseña "Sociogénesis de la conducta alimentaria" publicada en el último número de la Revista de la AEN.

Publicamos a continuación la respuesta de Jose Luis Moreno Pestaña a la reseña que realizó Álvaro Múzquiz Jiménez en el último número de la Revista de la AEN con el título "Sociogénesis de la conducta alimentaria" y puedes leer aquí.

José Luis Moreno Pestaña
Universidad de Cádiz
joseluis.moreno@uca.es
http://moreno-pestana.blogspot.com.es/
https://uca-es.academia.edu/JoseLuisMorenoPestaña

"Acaba de aparecer una reseña de mi libro La cara oscura del capital erótico. Capitalización del cuerpo y trastornos alimentarios (Madrid, Akal, 2016) en la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría (vol 37, nº 132, 2017, pp. 209-213).

Quiero destacar del trabajo de Álvaro Múzquiz Jiménez cuatro aspectos que tienen el mayor interés, al menos
para mí, pues ya hace casi veinte años que escribo sobre filosofía y sociología de los problemas psicológicos.

1) El autor insiste en señalar si creo que los trastornos alimentarios tienen o no realidad autónoma; si soy, pues, un anorexólogo que promueve una categoría específica de gestión de lo real: es decir, me reprocha más o menos formar parte de un campo que en un libro anterior intenté objetivar (al respecto se dicen cosas también en este). Me
sorprende ser a la vez agente de un análisis y que la reseña me convierta, sin más, en objeto del mismo. Que el capitulo tres plantee las cosas de otra manera —a través de la teoría de Ian Hacking— no parece registrarse. Tampoco, aunque sobre eso también he  hablado, la particularidad del tratamiento que hago de los trastornos alimentarios. Al considerarlos como ruptura de los hábitos corporales compartidos —alimentación,
ejercicio, medicación, cuidado corporal— son categorizados dentro de umbrales de sensibilidad diferentes. Lo que en un lugar es ser una anorexia en otro es cuidarse para no ser obesa; esos umbrales remiten a patrones de legitimidad sobre qué es cuidarse, o qué es un cuerpo sano, modulados de modo distinto en variados puntos del espacio
social. Lo que es una desviación indicio de patología en otro marco puede ser interpretado como una corrección inofensiva. Efectivamente, los trastornos alimentarios existen, y el debate en torno a ellos forma parte de sus condiciones de existencia (aunque no es la única condición: véase el capítulo tres). Tal vez desaparezcan y explico el
porqué. No sé si esta posición me sitúa en el campo de los anorexólogos, categoría que expresa conflictos por definición de las enfermedades y control de los mercados que no son los míos; no porque los desprecie, sino porque las pautas que utilizo para definir la normalidad corporal son otras —de hecho la reseña las expone al comienzo de manera generosa—. Es cierto que no estoy en el nihilismo sobre la construcción social —algo que
luce mucho en los ambientes de Letras y creo que también en cierto radical chic psiquiátrico. Al respecto remito, para quien tenga interés sobre mi posición epistemológica, a los tres primeros capítulos y la conclusión de Moral corporal, trastornos alimentarios y clase social (Madrid, CIS, 2010).

Siempre en la cuestión epistemológica, y referido a las causalidades, el autor de la reseña me presenta como un partidario de una suerte causalidades paralelas, resultado de una especie de acuerdo de Yalta epistemológico de separación de esferas (una para los médicos, otra para los psicólogos… y yo, que no doy más de sí, me acojo a la que me dejan). La reseña lo relaciona, no muy claramente, con la discusión sobre el lugar de la  sociología en el campo de los expertos, es decir, en el intento de reconstruir las condiciones institucionales de mi trabajo que abordo en el apéndice metodológico de mi libro. Un intento de reflexividad concreta, donde en lugar de hablar de todos los autores en los que podría ampararme, intento dilucidar procesos de inserción concreta en un trabajo de campo, arriesgándome a mostrar lo que tiene de normal (y que por tanto se esconde), se vuelve un instrumento para objetivarme: soy el sociólogo que asume lo que le dejan los demás. ¡Eso me pasa por promover una epistemología realista, con lo bien que queda uno comenzando su trabajo con un panteón de filósofos de la ciencia ilustres!

En fin, aclaro: no soy tan limitado; precisamente porque intento, seguro que mal, objetivar las condiciones de mi trabajo. Pero es que además uno tiene sus lecturas y nadie que haya leído a Merleau-Ponty puede compartir esa idea: la causalidad psíquica no es un montaje de influencias paralelas y los vínculos causales no se pueden desmadejar uno de otro —el biológico, del psíquico y así hasta el social—. Se encuentran vinculados, y los trastornos alimentarios son, siempre siguiendo a Hacking, entidades o interactivas o híbridas, en las que las diferentes causalidades se anudan y modifican. Creo que desde que existe el nicho ecológico de los trastornos alimentarios, hay una causalidad social
específica. Esa causalidad social a veces se introduce en una biológica: indebidamente. Detectar ese biologicismo no conlleva eliminar las dimensiones biológicas que podrían seguir operando en otros conjuntos. El autor me reprocha que no sea suficientemente radical. Muy bien: aclarado el asunto de la diplomacia de las causalidades, ¿qué es lo que
habría de deconstruir? Como puede que tenga que ver con la categoría de trastornos alimentarios, sirva el apunte siguiente. Como explica Ian Hacking, los conceptos psiquiátricos son de clases en estrella. Un águila y un gorrión son miembros de la clase de las aves y se parecen poco.

Si nos ponemos muy nominalistas con los conceptos alrededor de los trastornos alimentarios reventamos la psiquiatría y las ciencias humanas y nos condenamos a hablar con deícticos. Al respecto me he extendido en “El poder psiquiátrico y la sociología de la enfermedad mental: un balance”, Sociología Histórica, nº 5, 2015, pp. 127-
164.

2) Se cuestiona que en las entrevistas no se analiza la subjetividad del individuo y se me reprocha, cómo no, sin decirlo explícitamente, el sociologismo. Cabrían aquí muchas consideraciones; la primera es la diferencia entre una entrevista clínica y una entrevista sociológica, a qué da acceso cada una y cómo sería absurdo pretender con una
desmontar la otra.
Mas yendo a lo del sociologismo, cierto que es un pecado terrible, al que como tantos otros soy propenso. Cierto es que es pecado muy diagnosticado: por ejemplo, el filosofismo —consistente en hacer teorías sobre teorías y poner a autores de guardaespaldas de otros autores... y ello para desbrozar materiales de enorme pobreza empírica— se diagnostica poco, y es algo que en la psiquiatría crítica, a menudo asumida en ciencias humanas, no es inhabitual.
En un trabajo como el mío, siempre ha de mantenerse, en el tratamiento de las entrevistas, la combinación del cuidado del detalle —sin creerse que uno está haciendo una historia clínica— con la generalización argumentada y, sin duda, sabiendo que hablamos de experiencias donde no podemos razonar como si se controlasen las condiciones iniciales y pudiésemos deslindar perfectamente lo que obedece a un contexto específico o a una dinámica de mayor alcance. Sobre la combinación de ambas exigencias remito al lector al modo en que presento mis entrevistas en el apéndice metodológico: diciendo siempre en qué me apoyo. Es una manera de señalar los puntos frágiles de tu argumentación, de exhibir los protocolos. Asumo que siempre se podría criticar si el corpus tiene que ver con lo real y si la teoría que interpreta el corpus era la mejor posible. El autor sugiere que él sacaría más de mis entrevistas. Es una pena que no nos haya ofrecido ejemplos sobre su perspicacia: ¿podrían producirse mejores datos sobre lo real teniendo en cuenta las condiciones institucionales de mi investigación? ¿Y sobre la teoría utilizada? Aunque sobre esto, la reseña denota también cierto disgusto. Veámoslo.

3) El autor critica, de manera algo elíptica, mi utilización del concepto de capital en Marx y me da unas lecciones de filosofía del lenguaje. Uno siempre las agradece, aunque ya me las sabía. El asunto es el siguiente: propongo una tesis, históricamente detallada, a partir de tres niveles que articulan el cuerpo como capital y que pueden ser análogos a la unificación de mercados exigida por cualquier concepto de capital, sea o no de Marx (la referencia a Marx me da igual, aunque creo que mi lectura es correcta). Esa tesis permite explicar y poner fechas sobre por qué antes el cuerpo no era capital y por qué puede dejar de serlo. No es escaso riesgo: es mucho, me podría haber escondido, se hace a menudo, con referencias vaporosas al cuerpo, el poder o el fetichismo de la mercancía y
que cada uno, como sucede también a menudo, entienda lo que pueda. El reseñador se agarra a un ejemplo —sobre tomates— acerca de la necesidad de valorizar un recurso para que devenga capital. El lector juzgará si el ejemplo del autor de la reseña guarda proporción con lo que se aporta en el capitulo. Una teoría jamás puede pretenderse
indiscutible; pero para que la crítica sea algo más que demarcación caprichosa de posiciones habría que decir cuál, entre las alternativas, ofrece mayor poder de explicación teórica de los protocolos disponibles y más calidad heurística.

4) El autor señala que el capítulo sobre las resistencias le parece de menor interés. Sin embargo es en él donde se muestran la inestabilidad, refiriéndola a conflictos específicos, de los procesos de capitalización del cuerpo. También hubiera estado bien detallar las razones sobre si tales conflictos existen o no y si alguien, en ese plano, ha avanzado
más. Quiero, sin embargo, destacar algo: en ese capítulo se habla de formas de salida de gestión no psiquiátrica de la desviación —sea esta categorizada como trastornos alimentarios o sean estos síntoma de otra entidad nosológica—. Son tales formas de ruptura de la capitalización las que me llevaron a la elaboración teórica con la que se abre
el libro, algo sobre lo que también se interroga la reseña, esta vez lamentándose de mi enemistad con la teoría. Es difícil que un servidor, modesto profesor de filosofía, se enemiste con la teoría, aunque sí me disguste la exhibición teórica gratuita. Fue por ese capítulo por el que empecé a escribir y por el que cobra sentido parte de lo que se dice en los primeros. Es fácil comprobarlo si se ve que una versión de tal capitulo fue la primera parte de la obra que se publica en Dilemata (“Mercado de trabajo y trastornos alimentarios: las condiciones morales y políticas de la resistencia”, Dilemata. Revista internacional de Éticas Aplicadas, nº 12, 2013, pp. 143-169). Que de ese modo
intento comprender cuáles con las condiciones sociales de salida de la enfermedad mental, y que tal es una preocupación de hace tiempo, puede comprobarse leyendo las páginas 254-256 de Moral corporal, trastornos alimentarios y clase social. Obviamente ninguna teoría deriva solo de la empiria. En ese aspecto solo puedo dar la razón al autor de la reseña. Aunque insisto; la teoría se vincula con bastante más que la utilización del IMC como indicador de capitalización, algo que sin más no diría nada."