Mientras tanto en la prensa: qué salvar de Salvados
Quien viera “1 de cada 5”, el programa de Salvados del día 28 de enero, llegaría fácilmente a la conclusión de que la depresión es una enfermedad muy común. Como cualquier otra enfermedad pero en la que no hemos avanzado tanto como en otras. Cuyo diagnostico no es fácil y debe encomendarse a profesionales expertos que la conocen y saben como tratarla. Mejor por lo privado que en la pública. Aunque no del todo bien, porque a diferencia de otras, se espera que en 2030 llegue a ser la primera causa de discapacidad. Algunos se sentirían fascinados porque esa enfermedad pudiera estar en algún sitio del cerebro a la altura de la ceja derecha. En fin, la misma conclusión que tras cualquier espacio de salud de la programación matinal de las televisiones, pero no lo que se esperaba de la cuidada producción del equipo de este programa.
Con algo más de perspicacia se podrían encontrar algunas cosas que no cuadran del todo. Cada uno de los participantes había encontrado, curiosamente, una manera diferente de recuperarse. Además, si afecta a 1 de cada 5, y si hasta un 8 % mueren de suicidio, la mortalidad por esta causa sería de medio millón de personas. Pero en la conversación no aparece este contraste entre el sentido común y la indiscutible autoridad profesional basada en las cifras y los hallazgos cerebrales. Como asociación de profesionales no tenemos nada en contra de cuantificar lo que sea posible (y lo subjetivo no lo es) o investigar la fisiología del sistema nervioso, pero en pie de igualdad con otros discursos no tan avalados por el poder.
De hecho durante la propia emisión del programa no tardaron en poder leerse múltiples respuestas desde los espectadores, criticando el sesgo biologicista, la nula mención al paradigma biocomercial en el que aparecen esas depresiones y sus tratamientos, el riesgo de entender la atención al sufrimiento psíquico como un producto de consumo sólo al alcance de quien lo pague, y que el marcadísismo sesgo de su contenido en ningún momento fue enunciado como tal sino como una verdad objetiva, carente de ideología. Por desgracia no es algo nuevo. El discurso biologicista y reduccionista obviando una y otra vez los determinantes sociales tiende a ser hegemónico en la prensa, como podemos ver habitualmente.
De modo que intentaremos salvar algo de ese Salvados. Por ejemplo el exquisito relato de la experiencia. Escuchar en horario de máxima audiencia cómo distintas personas decían cosas como “cuando estaba muerta”, “el estado más próximo a la muerte”, “verse rodeado de gente que no le pasa y no lo entiende”. Que hablaban del “sabor y el color” de un sentimiento o de “sentir que desaparezco, que estoy desnudo y frágil”. Incluso Enric, un hombre sensible además de reconocido psiquiatra hablaba del “miedo cósmico”. Cómo se definió nuestro entorno como un medio en el que hay que “aparentar fuerza y esconder las debilidades”. Que “nos han vendido la idea de ser siempre felices”. Algo de lo que “no se pueden hacer canciones y ni siquiera hablar”. Del sufrimiento de los ingresos. “Ojala los hospitales fueran como esta masía”, comentaba Noelia frente al atardecer nevado. (“Pues montamos una Unidad” respondía el psiquiatra). O “peor aun que los internamientos, que no te quieran como madre porque esto es genético”.
Salvamos de ese Salvados que hay a quien le fue bien la estimulación cerebral profunda pero a Georgina lo que le ayudó fue bailar, incluso en lo más hondo del pozo. Hay quien toma muchas pastillas, quien toma pocas y quien no toma ninguna. Podemos salvar también que no se estigmatice por tomarlas y que se respete el no tomarlas. O los grupos de ayuda de suicidio donde se aprende a entender y a perdonar, a ser útil a otras personas. “A aquella madre que se acercó a mi tras una charla, le salvé la vida”. Que se hablara de que de los profesionales no importa sólo lo que saben sino también el trato. “Encontrar la persona adecuada” o “poder negociar con ese terapeuta”. O de que se mencionara un rechazo a que “la única salida que te den sean las pastillas”.
O la frase “tienen que darse unas condiciones para recuperarse” que queda suelta en medio de la conversación pero que señala la importancia los entornos. Porque nadie habló de las adversidades persistentes, la falta de apoyo, la discriminación o las desigualdades. Una verdadera lástima, porque las muchísimas personas que disfrutaron y aprendieron con el programa habrían obtenido una visión mucho más global, completa, menos interesada.
Pero así fluyó la conversación.Sin micrófonos, ni cámaras, sin las exigencias de espectáculo de las parrillas televisivas, ¡cuánta falta nos hacen estos espacios! De compartir de igual a igual, de tú a tú. De hablar de vivencias sin ponerles un diagnóstico, de poner en común cómo nos apañamos, de reconocer cuándo hacemos más daño del que evitamos o, en qué ayudamos y en qué no. De no tener miedo a abandonar vías que no llevan a ningún lado y entrar en otras, con el mismo espíritu crítico (o si se quiere, científico), de abrir esperanzas entre todos ante esa lúgubre profecía para el 2030.