Con gran frecuencia en la prensa generalista vemos artículos, reportajes e incluso monográficos dedicados al mundo de la salud mental. Ya dedicamos el texto “una historia de violencia” a recalcar lo iatrógeno de la, tan habitual, falsa correlación entre violencia y trastorno mental. Pero no es lo único que nos preocupa. Si bien existe una gran variedad de enfoques y abordajes, tenemos la impresión de que lo habitual es encontrar una lectura exclusivamente biologicista (biocomercial, incluso) de todo lo relativo a la salud mental, lectura que tiende a dejar de lado las múltiples dimensiones del sufrimiento psíquico. Ciertamente no sólo pasa con la salud mental; que la ciencia sea sustituida por cientificismo positivista es tendencia en todo lo que tiene que ver con la salud. El positivismo excluyente y la promoción de enfermedades (disease mongering) rellenan muchas líneas de prensa y muchas horas de radio y televisión. Sin embargo en el campo de la salud mental se añade una característica más, y es que esa deriva cientificista (donde la ciencia deja de ser un método para adquirir conocimiento y se convierte en una doctrina)  pretende explicar de modo reduccionista y organicista todo lo que concierne a la subjetividad humana.

Por eso, desde la AEN, queremos compartir con vosotros algunos ejemplos de manejo en prensa que nos parezcan inadecuados o potencialmente dañinos y por el contrario, aquellos que consideremos un buen ejemplo. Al fin y al cabo, qué consideramos locura, salud, subjetividad, qué implica el constructo “enfermedad mental”, etc, se construye en gran parte en el discurso del día a día, y no sólo en los servicios asistenciales o las unidades docentes. He aquí nuestra humilde aportación.

En las últimas semanas nos han llamado la atención dos artículos en torno al siempre polémico “TDAH”:

«Cuando papá también es hiperactivo» de El Mundo
«Estamos ante una inflación diagnóstica de TDAH» de ABC

En el primero nos encontramos una lectura unívoca de un tema ampliamente controvertido. A la lectura meramente biologicista de un fenómeno más que complejo, se añade esa tendencia, tan habitual en prensa, a describir una situación de malestar desde un lenguaje que casi podríamos llamar promocional. En los tiempos de reportajes gancho (“lo que sucede a continuación te sorprenderá”) a veces tenemos la impresión de que se anima a los lectores al autodiagnóstico, o a buscar entre los conocidos quién podría cuadrar con esos síntomas.

En el segundo caso encontramos una lectura algo más abierta, que al menos permite plantearse preguntas. Si bien echamos de menos menciones a otro tipo de modelos teóricos como puedan ser los del psiquiatra Sami Timimi et al, que, desde la misma psiquiatría, incluyen una perspectiva cultural y un contexto sociológico ante el fenómeno TDAH, sí consideramos de agradecer que se transmita el choque de visiones que existe entre los propios profesionales al respecto de las personas a las que se imprime esta etiqueta diagnóstica.

Lo que nos preocupa es que, para quien lea estos artículos, sobre todo el primero, y a continuación reconozca algo de lo descrito en sus hijos (particularmente si son de temperamento nervioso) pensará en diagnósticos, neurotransmisores y medicación estimulante para mejorar el rendimiento. Sin embargo al hacer eso estará obviando un contexto con, probablemente una hipoteca impagable, una situación económica compleja, unos hijos creciendo en un sistema que les repite con alarmante frecuencia que hagan lo que hagan vivirán peor que sus padres y un sistema educativo ahogado que intenta suplir sus carencias con cantidades ingentes de deberes que consiguen que los niños tengan jornadas laborales dignas del s.XIX.

Desearíamos un periodismo en el que, ante el malestar y la gran cantidad de personas (niños en este caso) que no son capaces de alcanzar lo que la sociedad les exige, buscara eso de quiénes, cómo, cuándo y por qué; en vez de suspender el deseo de investigar al encontrar una justificación neuroquímica. Porque eso, lejos de ser ciencia, es cientificismo. Y tras la lectura exclusivamente biologicista del “TDAH” subyace un discurso político individualista y que concibe el bienestar y la salud como un producto de consumo. Pero unos padres que se pregunten si no será el sistema el que falla y no sus hijos, quizá se pregunten si el sistema no falla también con ellos. Quizá es eso lo que paraliza el afán de investigar, y no sólo la palabra “neurotransmisor”.