evidencia

Mientras tanto en la ciencia: sobre la intervención temprana en las psicosis

Diferentes entidades del ámbito de la psiquiatría están promoviendo consensos y libros blancos en torno a la intervención precoz en las psicosis. Estas iniciativas usan el peso de la evidencia científica para influir en la administración con el objetivo de desarrollar de manera prioritaria programas de primeros episodios con diferentes denominaciones.  La idea directriz es clara: usar todos los recursos terapéuticos disponibles de manera
intensiva e integrada al principio de la enfermedad es una manera de mejorar los resultados y “prevenir la cronificación”.

De hecho nuestra asociación fue pionera en editar un consenso de intervención temprana en las psicosis en 2009.
Nada que objetar a este propósito. Es coherente con un modelo de atención equitativo, usar el máximo esfuerzo terapeútico en el momento en que es más eficaz. Sin embargo, en las propuestas que ahora se nos presentan hay elementos que nos inquietan y que desvirtúan la idea original.

La presencia, aval o patrocinio de algunas empresas farmacéuticas a estas iniciativas debería haberse evitado. No se pone en duda que colaboran ciñéndose estrictamente a sus códigos éticos. No es eso. Si queremos que nuestros mensajes, como entidades profesionales y científicas sean tenidos en cuenta por la ciudadanía, hemos de hacerlos
desde la separación más absoluta de todos los conflictos de intereses evitables. Y este lo es.

En el terreno más limitado de las pruebas científicas, la investigación ha arrojado luz sobre la eficacia de un variado conjunto de intervenciones, pero ha dejado sombras acerca de la generalización de los resultados más allá de la duración de la intervención o sobre la relevancia del periodo de enfermedad no tratado. Hay también pocas pruebas
que favorezcan el desarrollo de dispositivos o estructuras asistenciales específicas frente a la incorporación de los programas al trabajo habitual de los servicios, junto con otros que cubran otros momentos del proceso de la enfermedad. Mejorar el tratamiento habitual con la experiencia de los programas específicos podría ser la opción más equitativa sin crear unidades específicas.

Desde un punto de vista más próximo a la ética, nos inquieta que se soslaye el debate acerca del riesgo que se corre al tratar el riesgo, muy “individualizado” además en un sujeto concreto. Una visión más colectiva de la salud mental, que ofrezca una accesibilidad universal a los tratamientos necesarios, cuando y donde se necesiten, ni antes ni después; unida a apoyos y acompañamientos en entornos naturales sin necesidad de detección, ni filtrado, estaría más en consonancia con estos valores.

Aunque los profesionales de la salud mental y nuestras técnicas perdamos protagonismo.

Una clara desvinculación de la industria, una lectura cuidadosa y rigurosa de la evidencia y la salvaguarda de una etica del acompañamiento, frente a otra del riesgo. He aquí por donde brindamos nuestra colaboración.